Protagonistas de esta historia

LEAN EL LIBRO EN LÍNEA

03 septiembre 2006

Silencio y Complicidad

A partir del momento en que el embajador de Chile en Costa Rica, Guillermo Yunge (50) formalizó -en el 2003-, una relación sentimental con la joven costarricense Marisol Cheves (29), éste comenzó a experimentar una serie de trastornos que afectaron su personalidad y que se tradujeron en diversos actos abusivos y de irresponsabilidad administrativa. Un embajador huraño abandonaba, progresivamente, sus responsabilidades como jefe de misión. Junto con ello, Marisol Cheves comenzó a “tomar las riendas” e imponer algunas “reglas” de comportamiento en la residencia diplomática, no sólo del embajador, sino también del personal doméstico y del joven funcionario tico, César Gómez. Todo este entorno estaba matizado con una serie de ritos y ceremonias de orden esotérico que practicaba Cheves, periódicamente, en una habitación especialmente habilitada para ello.

Además, se suman varios escándalos hogareños que afectaron a Guillermo y Marisol, y que incluían amenazas de muerte, gritos de auxilio, quebrazón de objetos, acusaciones de infidelidad mutua y exigencias de dinero, por parte de la mujer, para dejar "tranquilo" a Yunge.

A partir de estos antecedentes emerge una molestia generalizada de vecinos aledaños a la residencia que, en distintas instancias, expresaron sus reclamos a la Cancillería costarricense, a la policía local y a la sede diplomática chilena.

El abandono de funciones que evidenció Guillermo Yunge hizo que algunos miembros de la colonia chilena expresaran su decepción, por medio de denostar y vilipendiar, no sólo al embajador, sino, también hacia la esposa de éste.

El rumor comenzó a correr por la comarca exigiendo la destitución del emisario chileno. En la embajada, el segundo a bordo y primer secretario, Roberto Nieto (44), anhelaba que cesaran de sus funciones a Yunge puesto que, hacía varios meses, él había asumido la responsabilidad de sacar adelante los compromisos adquiridos por la sede diplomática. El cónsul y segundo secretario, Christian Yuseff (42) agotado de soportar y tapar los actos irresponsables del embajador propició con los chilenos residentes, la reunión de firmas para solicitar la expulsión de este último. También dedicó parte de su campaña para difamar a Guillermo y Marisol. La joven y buena moza Rocío Sariego (29), secretaria y asesora del agregado cultural Gustavo Becerra, fue el centro de atención de Marisol Cheves que manifestaba sus resquemores y celos contra la chilena. Ella manejaba antecedentes que le hacían suponer que Rocío, mientras fue secretaria de Yunge, mantuvo una relación sentimental con el embajador. Por su parte, Rocío siempre expresó su rechazo a la relación que sostenían Guillermo y Marisol, y también infamaba a la pareja.

De esta manera he logrado configurar hechos que se enmarcan en pugnas de poder, delaciones y situaciones pasionales que permiten explicar el interés de Marisol Cheves, en primer orden, para querer eliminar a Nieto, Sariego y Yuseff. Un grado de complicidad se desprende de actitudes y comportamientos que evidenciaron, Guillermo Yunge y César Gómez, posterior a la tragedia. Hasta antes que se desatara la tragedia, el policía Orlando Jiménez llevaba una vida absolutamente normal, que alternó entre la estabilidad emocional y afectiva en el seno de su familia, y excelentes relaciones laborales con todos los funcionarios que trabajaban en la sede chilena. Evaluaciones periódicas en las que están sometidos todos los policías asignados para resguardar la seguridad diplomática de distintas embajadas, le otorgaban a Jiménez sobresalientes calificaciones que lo destacaron sobre sus pares.

El domingo 25 de julio de 2004 arribaba a San José, el ministro del Interior de Chile, José Miguel Insulza, invitado por el gobierno de Costa Rica para dar una serie de charlas. Esa ocasión fue aprovechada por los acomodados residentes, vecinos al hogar del embajador, para redactar una carta denuncia dirigida al secretario de Estado y que buscaba, de una vez por todas, hallar una solución definitiva a los constantes conflictos y escándalos que protagonizaban el diplomático y su esposa costarricense.

La mañana de ese 27 de julio, Insulza entregó en el Hotel Radisson una copia de la misiva al primer secretario, Roberto Nieto, y otra al embajador Yunge en la Corte Interamericana de Derechos Humanos, donde el ministro se aprestaba a exponer.

Al medio día y mientras Orlando Jiménez cumplía su turno en la embajada de Chile, éste recibió una carta de la comandancia donde le anunciaban su traslado a otro punto de vigilancia.

A partir de estos hechos y cuando el reloj marcaba las 3:40 horas de la tarde, en un acto inexplicable, Jiménez ingresó a la legación chilena con su fusil M-16 en ristre y, sin motivo o razón aparente, arremetió contra Roberto Nieto, Rocío Sariego y Christian Yuseff acribillándolos con su arma de servicio. El policía tuvo la posibilidad de asesinar a la totalidad de los funcionarios, no obstante, las muertes fueron selectivas. En un acto aún más enigmático, el policía optó, tras atentar contra los chilenos, dispararse con el fusil en el mentón. El proyectil emergió por la zona superior de la frente. Jiménez se desplomó inconsciente y, al cabo de unos minutos, se volvió a incorporar desplazándose por más de cinco horas, por distintas dependencias de la embajada. Las gotas de sangre que fluían por su rostro dejaron huellas inequívocas de su transitar. Rocío Sariego y Christian Yuseff permanecieron con vida, quejándose y tosiendo, por más de dos horas.

Afuera, grupos especializados de la policía tica rodearon el lugar, prestos a actuar cuando se les ordenara. Se conformó un comité de crisis integrado por autoridades costarricenses, más el embajador de Chile y el ministro del Interior, José Miguel Insulza.

En tres ocasiones formales, la policía solicitó autorización para ingresar al rescate, no obstante, el embajador Yunge siempre se negó. Desorden, incertidumbre e incredulidad era lo que reinaba en los alrededores, mientras los medios de prensa constataban la improvisación y falta de experticia con que se manejaba la crisis.

Cerca de las 10 de la noche, miembros del grupo negociador se percataron que Jiménez había caído estrepitosamente al piso, por lo que, entonces, recién ahí, el embajador autorizó el ingreso. El excesivo tiempo transcurrido impidió que se pudiera auxiliar con vida a Rocío Sariego, Christian Yuseff y al victimario, Orlando Jiménez. Todos fallecieron sin recibir asistencia médica oportuna. Una serie de hechos que durante el manejo de crisis y posterior a ella, protagonizaron Marisol Cheves, Guillermo Yunge y César Gómez, levantan poderosas sospechas de complicidad en las muertes acaecidas.

Considerando que el comité de crisis era quien tomaba las decisiones finales, y teniendo en cuenta el alto grado de responsabilidad de quienes lo conformaban, es de extrañar que Marisol Cheves formara parte de ese selecto grupo, más aún, si sólo fungía como esposa del embajador, sin responsabilidad diplomática y de ninguna índole en la misión chilena.

Después que el grupo de rescate ingresó pasadas las 10 de la noche y se encontró con el desolador escenario de cuatro personas fallecidas, el lugar fue controlado por las autoridades locales. Ellos iniciaban las pericias de rigor, tanto forenses y judiciales, para anexarlas al expediente de la investigación. Sin embargo, en un momento dado, el embajador Yunge se acercó al perímetro de seguridad y solicitó ingresar, por lo que un policía le dijo que no podía. Acto seguido, Marisol Cheves tomó la delantera e increpó al oficial, exigiéndole que dejara entrar a su marido, que “él es el embajador de Chile, déjelo entrar”. Se formó tal alboroto que, finalmente, autorizaron el ingreso de Yunge a la embajada. No contento con ello, también lo hizo Marisol Cheves. Una vez en su interior, ambos recorrieron las oficinas observando lo inefable.

Aquí, otra vez, la esposa del embajador cometió un dislate. Cheves tenía al frente suyo los cuerpos inertes de Nieto, Sariego y Yuseff. A todos ellos les propinó una serie de puntapiés con el objeto de verificar sus muertes.

Al día siguiente, uno de los hermanos de Roberto Nieto, Rodrigo Nieto, que también era primer secretario en la embajada chilena en Brasilia, arribaba a San José. Éste último, con el dolor de haber perdido a un ser querido, comenzó a reunir todos los papeles que había sobre el escritorio de su hermano, manchados de sangre, introduciéndolos en una bolsa de basura negra. Nieto le pidió a Xinia Vargas, secretaria del fallecido cónsul Yuseff, que nadie le tocara esa bolsa hasta que él regresara de hacer unos trámites. No obstante, ante la ausencia de Rodrigo Nieto, el asistente personal de Yunge, César Gómez, volteó todo lo que había al interior y hurgueteó buscando la carta que el ministro Insulza le había entregado al primer secretario, la misma que entregó también al embajador.

Pero los hechos extraños no concluyeron allí. Por otro lado, distintas autoridades costarricenses aseguraron, el mismo día de la tragedia, que los chilenos habían fallecido inmediatamente, después que el policía les disparó. Este hecho fue corroborado por el mismísimo Presidente Lagos, al asegurar que “ahora que se sabe todo, que prácticamente murieron de inmediato, porque con un arma M-16 nadie queda vivo, no hay posibilidad alguna”, aseguraba en la Televisión Nacional de Chile. Paralelamente, el jefe de la medicatura forense en Costa Rica, Luis del Valle, aseguraba en un video de la policía local, que “estamos asumiendo que las heridas provocadas por un arma de fuego los mata inmediatamente, y eso no necesariamente es cierto.” Al día siguiente, Del Valle recibió en su oficina al ministro Insulza y después a Guillermo Yunge. Ambos manifestaron su preocupación por la posibilidad de una sobrevida. Sólo dos días después, la prensa tica y chilena dio a conocer el informe oficial de doctor Del Valle, donde certificaba que las víctimas chilenas habían experimentado una “muerte instantánea”.

Las sospechas de un contubernio dan sus primeras luces cuando en la misma conferencia de prensa, donde Del Valle daba a conocer los resultados de su pericia, un periodista le preguntó por la peligrosidad que representó Orlando Jiménez después de dispararse en la cabeza. Del Valle aseguró: “Claro, claro que sí. Él (Jiménez) estuvo, ya después de herido, después de tener la lesión, él estuvo tratando de abrir puertas y le disparó a puertas donde había personas. ¡Claro que sí! Yo personalmente vi una cerradura impregnada de sangre de él… era muy peligroso, claro que sí”. Los hechos objetivos evidencian que el policía nunca usó el fusil, ni disparó contra algún objetivo tras inmolarse con el disparo en la cabeza.

Si todos estos antecedentes expuestos, uno a uno, en el libro “Terror en la embajada”, no ameritan una investigación seria y responsable por parte del Estado de Chile y una respuesta clara y precisa de las autoridades chilenas y costarricenses, entonces estamos siendo testigos de un acto de impunidad descarado e imperdonable.

¡Que la gente juzgue el silencio de complicidad que mantienen todos los aludidos en el libro! Posted by Picasa